jueves, enero 08, 2004

El carro no da más para vueltas diarias que implican largos y cansados kilómetros de ida y vuelta al lugar donde se duerme. Se opta por el transporte comunitario, con salida estrictamente contemplada a las ocho treinta aeme. La llegada al punto de reunión a tan temprana hora solo quiere decir menos sueño de ese que se consigue a duras penas al terminar la jornada vespertina. Ni modo. Despertar a las seis treinta con una alarma de voz dulce y verde, prender el calentón para acostumbrar el ambiente a la temperatura de las sábanas. Sigue la labor de convencimiento, los intentos de sabotaje a los nuevos planes. Mejor dormir otro rato, seguro que el carro aguanta otro día. Gana la consciencia que traen consigo los primeros días del año y sus promesas permeables de cambio y mejora. Increíblemente, se logra la partida tres minutos antes de lo previsto. La ruta elegida para llegar al destino involucra cuestas empedradas, valles pavimentados, las vueltas y los semáforos de siempre. La banda sonora este día consiste en una barriga que, vacía y desmañanada, entona un himno de sonidos huecos, clamando la ración correspondiente de alimento. Se lee un poco en el trayecto, un poco menos en las curvas, que, sinuosas, no hacen más que subir el volumen al son de la pansa vacía. El sueño, a quien se creía haber vencido, toma su venganza en intervalos engañosos de cinco o seis minutos. Ya en la última porción del camino, de este que conduce al trabajo al menos, porque el camino nunca acaba, el leve rumor de todas las lenguas que viajan a bordo del camioncito se apaciguan ante la vista del mar, pareciera que el voltear hacia la costa fuera un reflejo involuntario, todas las cabezas miran a un solo lado, como si todos vinieramos de ahi. Se pestañea unos pares de veces y, en uno de esos, el transporte ha llegado a su fin. La pansa ya no canta, ruge. Y la jornada empieza con un no acostumbrado desayuno de quesadillas, papas, frijoles y café. Nada extraordinario como lees, solo el atolondrado inicio de una rutina que no era mía y ahora, por circunstancias mecánico – automovilísticas irreparables, ya lo es.

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