martes, junio 24, 2003

Aproximadamente a las once treinta y cinco de la mañana, al bajar escaleras de concreto con barandal negro, sandra se percata de un cochinito de tierra tumbado boca arriba al ras de un escalón, enroscado, moviendo sus patitas infinitamente en un quedísimo y desesperado grito de auxilio. Probablemente en otra ocasión, sandra continuaría descendiendo escalones o caminando banquetas, pero en ese instante se detuvo, acomodó la pila de documentos que cargaba en ambos brazos sobre uno solo y se inclinó para, con un par de leves golpes con el dedo índice, voltear al bichito. Aproximadamente a las once treinta y siete, el cochinito probablemente ya había concluido su trayectoria a través del escalón de concreto gris, mientras Sandra cruzaba la puerta del edificio número uno enmarcado al fondo por un lunes gris, un par de islas y el mar.
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