jueves, febrero 27, 2003

Para matar el tiempo y resguardarme de la lluvia nada mejor que visitarte en fragmentos, ahi donde la pared es blanca y seis lámparas móviles te alumbran en diez disparos. Te veo y conversamos, y a cada tres pasos cambiamos de escenario. El guardia de siempre parece reconocerme, me ve como si fuera a tomarte de alguna esquina para salir corriendo contigo en brazos. Está en lo cierto un poco. Pero no, me aguanto. Te voy bebiendo cerquita, me alejo para arrancarte un gran cacho. Luego decido irme cuando estoy satisfecha y no, mis tenis están anclados. Quiero más. Y llegan niños y mamás y tipos con guitarras en la espalda que me bloquean la vista. Se quedan, te ven, ladean la cabeza, cuchichean, sonrien y a mi al principio me gusta y sonrio con ellos sin que ellos lo sepan, pero luego me desesperan y empiezo a hacer ruiditos con la garganta para que se quiten. Pero no, y me aguanto. Y cuando los moros se van de la costa me dan ganas de ser gorda gorda para abarcar todo este espacio que te guarda. Entonces ya no hay tiempo que matar y ya no llueve afuera y empiezo a dar brinquitos con cosquillitas en la pansa porque no te he visto ni bebido ni arrancado a cachos todo, pero las anclas se levantan y empiezan a andar a toda máquina. Pies hacia enfrente, cabeza volteada te vas alejando, te vas alejando, un escalón y luego otro y te voy dejando y te voy dejando. En ese momento el guardia de siempre suelta la pansa en un gran suspiro de alivio.
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