sábado, febrero 22, 2003

La niña trepó los escalones de madera chancleando las pantuflas negras de su papá, arrastrando la sábana, escondiendo las manos y sin poder ver (el gorro le quedaba tan grande). Se paró de puntitas para recibir La Constancia y apretar la manota de los señores alineados en la gran mesa con mantel verde. Le tomaron fotos. Bajó y regresó a sentarse en su butaca y le colgaron los pies. Había tanta gente y tantas flores y tantos globos que se empezó a marear. Así a lo lejos le llegaba una voz de un señor que hablaba y le decía egresada egresada egresada y ella no entendía nada o no quería entender. Lo único que sabía era que sentía algo como huesitos de pollo atorados en el cogote y el pecho y le dolía muy feo. Volteaba volteaba a todos lados porque algo no estaba ahí, estaba incompleto. Contaba caras y focos, timbres de celular y las letritas de una hoja que le dieron, hasta que sintió una punzada en la pancita y se jaló los cabellos y no pudo más y le cayó. Faltaba Una cámara.
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