domingo, enero 05, 2003

Siete cero cinco pe eme. Salgo de la regadera en bata de algodón. Superpuesto a la madera rubia del closet me mira un atuendo negro, de manga larga, de escote en ve. Sin cerrar la persiana me quedo desnuda. Disfruto mi piel tibia, anhelante. Prendo el estéreo y desde siempre me llega un acordeón, sin bailar bailando alcanzo la botella de crema y me embadurno cada rincón, cada planicie. Tobillos hibernantes, ombligo escondite, caderas sin reposo, antebrazos nahuales. Cierro los ojos y me paro en el centro de mi cuarto deseando ser un aleph. Estar sin ropa, así, que suave, ojalá el mundo entero fuera nudista. Cruza mi hermana de la sala al baño y no parece estar de acuerdo con mi momento. No importa. Sigue el perfumito, vainilla rica, pastel, dona, chocolate, que rico, huele a todo y en todo mi cuerpo lo rocío, talones, rodillas, monte de venus, cuello, senos, espalda. Mi emoción amerita un par de piruetas, un trio de carcajadas, un sin fin de suspiros. Me dejo caer sobre la alfombra recién aspirada y miro el techo, mi techo de nieve, mi techo de hoja blanca, mi techo de ciclorama....es tan fácil estar borracha desde aquí. Siete treinta y ocho pe eme. Se hace tarde, y desnuda y todo me pruebo collares y aretes, nada me satisface...he llegado al punto preciso donde tendría que contar cómo me vestí, pero prefiero quedarme con la idea de que lo único que me puse fue una taza de café. Y el acordeón con el piano en las bocinas en el fondo en mis paredes en mi.
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