viernes, enero 17, 2003

Dos niños juegan en recreos improvisados. Patio, salón, banqueta, casita, da lo mismo. Las tramas los absorben con todo y uniforme. Comparten el lonche y lo dejan a la mitad sobre una banquita verde junto a sus bolsas de monitos. Corren. En medio de todos, ellos son los únicos. Dos es un número perfecto para jugar a la trais, sin quimis. Y luego ya no importa quién la trae. Se sientan así nomás. Platican. Viajan. Mi papá, el tuyo, Mi amá, la tuya. Tu hermana, yo no tengo. Quieres de mi paleta, dame de tus papitas. Las barbis los legos la maestra gorda las crayolas y el columpio que se acaba de desocupar. Tonto el último. Y se turnan para volar. Se aburren. Uno se acuerda quién la traía y se reanuda la carrera. Se escabullen chapeteados y greñudos entre grandulones de sexto, pelotas de basquetbol y frutsis a medio tomar. Ambos pierden, gana la sed y se van brincoteando al bebedero. Sorbo y sorbo, risa y risa y en el breve espacio creado entre el agua que deja de caer y la trompa del niño que vuelve a ser boca la niña agarra y le dice, ya no quiero ser tu amiga. Y se va.
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