miércoles, diciembre 25, 2002

Santa Claus nunca ha dejado de llegar a mi casa. A los doce años (porque me estuve haciendo pendeja como por tres) les dije a mis papás que ya sabía como estaba el asunto pero que aún así yo seguiría escribiendo mi cartita anual a santa o al niño dios (costumbre chilanga que tardó mucho en deslavarse). Este año ya no la hice pero la anduve cantando desde un año antes, así que no hubo problema. Todavía ahora abrí los ojos a eso de las ocho de la mañana, con tres horas de sueño encima, y sentí algo de maripositas en la pansa y ganas de saltar de la litera para correr al arbolito. Ganaron mis sábanas calientitas. A eso de las once y media ya no me aguanté y sali super modorra al comedor. Sobre mi silla estaban cuatro películas de Meg Ryan, You've got mail, Courage under fire, Sleepless in Seattle y When a man loves a woman (seguiré esperando French kiss y Addicted to love). Una caja de ferrero rocher, una bufanda negra y un calendario de winnie the pooh. Los regalos siguen siendo tan cursis como el hecho de que yo siga esperando a santa claus.

Ahora estoy aqui escribiendo, es el primer año que paso navidad frente a una computadora, sigo tomando sidra y comiendo chocolates en cantidades orgásmicas. Anoche estuvo muy rica la cena. El 24 siempre es muy estresante porque me la paso en la cocina con mi mamá. A mi me toca hacer los postres. Este año hice un mississippi mud cake que me quedó buenísimo, empalagoso como debe de ser. Anoche, sin embargo, me llegaron dos sorpresas que me relajaron, una cortesía de la compañía telefónica y otra después de las doce, mi amigo Arturo que en enero se va a vivir a Vallarta y aunque nos molestamos mucho lo voy a extrañar como no tiene idea. Al rato me voy a enfilar al cine y luego al pari aftercrismasero. Ahorita voy por una torta de pierna.

Esperaré a los Reyes Magos.
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