miércoles, noviembre 27, 2002

Para la miss patchouly, aka cotidiana (prometido desde hace varias semanas)

Luna de miel
Juan José Arreola

Ella se hundió primero. No debo culparla, porque los bordes de la luna aparecían lejanos e imprecisos, desfigurados por el crepúsculo amarillo. Lo malo es que me fui tras ella, y pronto nos hallamos engolfados en la profunda dulzura.
Inmersos en el mar espeso de apareados nadadores, navegamos mucho tiempo sin rumbo y sin salida.Flotamos al azar de entorpecidas caricias, lentos en la alcoba melosa, esférica y continua. De vez en cuando alcanzábamos una brisa de realidad, un islote ilusorio, un témpano de azúcar más o menos cristalizado. Pero aquello duraba muy poco. Ella siempre encontró la manera de perder el equilibrio, arrastrándose otra vez en su caída al piélago atrayente.
Comprendiendo que la salida no estaba en la superficie, me dejé ir hasta el fondo en uno de tales accidentes. Imposible decir cuánto duró el empalagoso descenso vertical.
Finalmente alcancé el suelo virgen. La miel se había depositado allí en duras y desiguales formaciones de cuarzo. Empecé a caminar, abriéndome paso entre las peligrosas estalactitas. Cuando salí al aire libre, eché a correr como un prófugo. Me detuve a la orilla de un río, respiré a plenos pulmones y lavé de mi cuerpo los últimos restos de miel.
Entonces me di cuenta de que había perdido a la compañera.
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