viernes, noviembre 01, 2002

Ayer estaba en la escuela preparándome un café cuando me acordé que mi cuarto está hecho un desmadre. Me acordé porque el olor del café trajo a mi mente la taza vacía que lleva junto a mi cama más de una semana. La taza lleva ahí una semana porque tiene tres libros enfrente que la tapan. Los libros están ahí porque no me he puesto a leerlos para redactar la guía de entrevista para la tesis. Al lado de los libros están los cassettes de video que no he revisado porque cada que me dispongo a hacerlo se me atraviesa la pila de ropa limpia que no he guardado desde que la lave hace cinco días. Y la lavé hace cinco días porque me quería poner una blusa blanca que estaba sucia. Ahora la blusa está sucia de nuevo y necesito lavarla otra vez porque me la tengo que poner para tomarme la foto del título. Para tramitar el título necesito solicitar recibos de no adeudo en la biblioteca, pero yo sí adeudo porque me quedé un mes con dos libros que a final de cuentas no utilicé.
Y de repente me llegó un olor a café y me acordé de nuevo de la taza sucia y luego del café que me estaba sirviendo y que casi se desborda del vaso. No pude evitar reírme de mí misma al imaginarme a mi papá, psicólogo el señor, diciéndome por enésima vez que mi mente ha de estar igual o peor que desordenada que mi cuarto.

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